Vivimos en la sociedad de la inmediatez. La hiperconexión a que nos sometemos de manera voluntaria por el uso de nuestros teléfonos móviles nos convierte en consumidores analizados durante cada segundo del día. Una amiga joyera con negocio de venta en internet me comentó que su página registraba bastantes pedidos los sábados a altas horas de la madrugada. La justificación para que alguien compre un anillo de compromiso a las cinco de la mañana es difícil de entender, a no ser que haya bebido lo suficiente como para creer que ese acto de compra compulsiva es necesario y no puede esperar a ser realizado el lunes siguiente en una tienda local.
Lo que sucede es que ahora lo tenemos todo a nuestro alcance con solo pulsar un botón. Y para reducir los 40.075 km de la circunferencia de la Tierra a cero, las grandes empresas multinacionales del comercio electrónico se encargan de bombardearnos con su publicidad agresiva asegurando que el envío estará en la puerta de casa en unas horas. El disparate (para ellos reto) es muy grande, porque conseguirlo implica la creación de grandes centros logísticos en cada país donde operan. Desde allí envían los productos hacia todos los rincones. Además este modelo de negocio requiere una red inmensa de transportistas subcontratados bajo condiciones poco favorables: muchos kilómetros recorridos, disponibilidad 24/7 (veinticuatro horas al día, siete días a la semana) y escasos beneficios.
Los tiempos cambian y parece que si no te subes al carro de la modernidad estás fuera de juego. Pero esta aceleración constante vacía de reflexión es la que estresa al planeta, que se venga con indiscriminadas olas de calor o de frío, incendios, inundaciones, destrucción de glaciares, fauna y flora, o diabólicas pandemias como la que todavía sufrimos.
Desde mi punto de vista debemos aprovechar el flujo de información inmediata para mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de este pequeño planeta. Hemos de reflexionar sobre cómo reducir las desigualdades a nivel global para que nadie se muera de hambre en Etiopía viendo en su teléfono móvil cómo el multimillonario de turno despega en las antípodas hacia su primer paseo espacial, cuyo frívolo coste daría para alimentar a toda la ciudad durante una década. Es inmoral, inhumano e injusto.
La era del instante pone ante nosotros lo mejor y lo peor del ser humano a la velocidad de la luz. En ocasiones esta inmediatez de las noticias, las comunicaciones y los datos sirven para despertar la solidaridad de miles de personas, salvándose muchas vidas gracias a ello. Usemos, pues, la tecnología, para reducir la pobreza en la medida de lo posible y unir a los pueblos, porque indefectiblemente viajamos a bordo del mismo barco: una diminuta esfera azul y frágil perdida en un rincón del universo.