Barcarola

El pasado veintiuno de junio tuve el placer de asistir a la presentación del número cien de la revista albaceteña de creación literaria Barcarola. En sus cuarenta y tres años de historia han pasado por sus páginas cerca de tres mil poetas y escritores tanto albaceteños como del panorama nacional y latinoamericanos. La seriedad en los contenidos y su reconocible diseño han hecho de ella un referente indispensable para quienes escriben y leen literatura.
El acto, tan emotivo como necesario, fue amenizado por el gran histrión Miguel Ángel Gallardo, que nos declamó varios fragmentos de bellos textos y explicó a la perfección las dificultades que tienen los poetas para hallar conexión con las musas; o por los premiados vates Andrés García, Rubén Martín, Arturo Tendero o Javier Lorenzo, todo ello enriquecido con la elegancia suprema que deja el grupo de jazz Paco Melero Quartet (con el citado, además de Julio Guillén, Vania Cuenca y Juan Dahmen). Otros muchos quedan en el tintero, por lo que disculpen la falta.
Albacete está de enhorabuena porque la entrega y pasión de los responsables de esta edición periódica es un espejo inmarchitable en el que mirarse. Ellos inspiran, animan y ayudan a seguir creyendo y creciendo. Mantener la publicación de una revista en papel cuando casi todos huyen hacia los bytes comprimidos en las pantallas debe resultar, a buen seguro, un esfuerzo ímprobo, superado número a número gracias al tesón y al constante apoyo de un reducido grupo de instituciones públicas y privadas.
Los amigos del decir medido están de enhorabuena, porque la corpórea aldea Barcarola les otorga voz y les da la música de la presencia que, a veces, tanto anhelan, para que todos oigan sus amores, sus cuitas, alegrías y desvelos, mínimas tragedias o máximos placeres.
Los amantes del decir extenso, los hijos de Talía o los enamorados del estudio preciso y detallado están de enhorabuena, ya que logran cobijo para sus artesanales góndolas haciendo el mar cotidiano menos proceloso.
La palabra está de enhorabuena, pues gracias al esfuerzo del entrañable, cultivado y hábil padre de la criatura, Juan Bravo Castillo; de José Manuel Martínez, Llanos Moreno y los gemelos Damián y Guillermo García; y a la generosidad de tanto juglar de las voces modernas, en un lugar de La Mancha existe y resiste una aldea llena de locos bajitos (humildes) que por las noches toman su poción mágica (una línea, un verso) para superar los sinsabores de un mundo imperfecto y crear de la nada diminutos sueños: el aleteo de una mariposa que quizás al otro lado del globo terráqueo llegue a ser viento huracanado de sentimientos; la sonrisa inesperada de algún desconocido que porta la fuerza necesaria para alegrar el día en todas sus horas; esa frágil y desahuciada hoja viajera posándose en la nieve con bostezos de calma y silencio; o la luz del amanecer que llama a desayunar nada más que letras en cualquier café con mesa arrinconada y cristales tamizando la vida que pasa, inexorable, grandiosa, única y perfecta solamente ante los ojos más sabios y atentos.