Pasó el Día Internacional de la Poesía con más pena que rimas. Los numerosos recitales organizados para celebrar esta fecha fueron posibles gracias a soportes informáticos. Participé en el de la Biblioteca Pública, donde su director Juan Manuel de la Cruz y la catedrática en literatura Mª Antonia Sanabria dinamizaron con solvencia el acto en directo para la emisión a través de Youtube. Unidos por el píxel, los versos se lanzaron uno a uno mirando al objetivo de la cámara del ordenador de casa. Del otro lado, algunos entusiastas lectores de poemas… y el vacío, representado por un indeterminado grupo de seguidores del directo.
En la era digital se hace difícil conocer la altura de los intervinientes, si nos regalan sus mejores odas en pantalones de pijama y pantuflas o si delante suyo hay un niño haciéndoles cucamonas para distraerlos. Nosotros, los letraheridos, hemos dado el salto cuántico de escribir con tizas sobre una pizarra hace muy pocos años a desmembrar nuestra identidad sílaba a sílaba y enviarla al ciberespacio para que el azar y los algoritmos nos busquen los ojos de un lector anónimo ubicado en unas coordenadas geolocalizadas con exactitud milimétrica.
Decía Dámaso Alonso que con el Quijote terminó la época de los poetas y se inició la de la novela. Si acaso fuera cierto, ¿por qué insisten los poetas en ser poetas? Quizá porque son como el viento, exploradores incontenibles que buscan en el poema su montaña, su valle inhabitado, su jardín umbroso, las riendas de un caballo de cristal perdido entre las nubes y el origen de las voces que resuenan lejos. ¿Por qué quieren contarse a sí mismos y dar a los demás el acento adecuado? ¿Por qué buscan detrás del horizonte y al mismo tiempo en las geometrías del iris? ¿Por qué nada los detiene aunque sus granos de galaxia no se sepa el tamaño relativo que ocupan en la epidermis de la nada? Será porque están hechos de futuro y olvido, de promesas y pérdidas, de logros y angustia, de innovación y aperos viejos o pantallas táctiles o gotas o sorbos de fabuloso asombro.
Son gente extraña los poetas, pues son azules por dentro y rojos por fuera, transparentes a la luz del sol y dorados cuando la noche los acuna para susurrarles al oído que manchen de tinta, una vez más, el infinito blanco. Y gracias al salto cuántico que, curiosamente, recibe también el nombre de “transiciones electrónicas”, el pasado día 23 de abril, Día Internacional del Libro, tuvieron de nuevo la oportunidad de quedar -en la distancia- con los amantes de la palabra en el borde de una página con vistas.