Fotofilia

Con la primavera llegan los meses en los que la naturaleza emerge plena de fuerza, llenándose los campos de flores, los prados de verde y el día de esplendor. Sucede que desde abril hasta finales de septiembre las horas de sol superan a las nocturnas. Curiosamente el día de San José (19 de marzo) hay justo los mismos minutos de luz que de oscuridad, como si el yin y el yang astronómico se quisiera mostrar exacto en la fecha en la que los hombres celebran su paternidad, acaso para recordarnos que  estamos hechos de claroscuros. Poco a poco las jornadas se alargan, ganando segundos a la noche, ese contrapunto de la existencia, pues en ella más que vivir soñamos, por lo que salvo aquellas personas con trabajos en obligada vela, insomnes y algún que otro poeta, el resto desea que vuelva presto el amanecer para afrontar nuevos retos.
He de confesar que siento aguda fotofilia desde joven. Y para mi sorpresa el diccionario no recoge esta palabra, que podemos definir como “amor a la luz”. Tampoco registra heliófilo, término aplicado a las plantas y animales que necesitan al sol para existir. Sin embargo, sí aparece fotofobia, que denota aversión a la luz. Esperando que nadie padezca este mal, les daré unos datos para que disfruten de los meses venideros. El día más largo del año será el 21 de junio (14 h y 55 min), los amaneceres más tempranos entre el 12 y 21 de junio (a las 6:41 h); y los anocheceres más tardíos entre el 24 de junio y el 6 de julio (a las 21:37 h). En el trimestre veraniego tendremos una media de casi cinco horas más de luminosidad que en diciembre, enero y febrero. ¿No es motivo suficiente de alegría esta noticia? ¿Hay alguien que no desee aprovechar este regalo que nos da la naturaleza?
Por mi parte, siempre que la claridad nos sacaba del pesado invierno sentía un placer infinito, porque donde los colores estallan y la temperatura hace de la vida un jardín bucólico, nada parece imposible. Estamos, por tanto, en el reino luminoso del año, donde las nubes no podrán empujar nuestros deseos hacia abajo ni arrinconarnos en las casas con sus amenazas de duraderas borrascas. Es la época de aligerar el vestidor y deshacernos de la multicapa “cebollil” que los fríos nos imponen en la indumentaria, de tomar baños de agua refrescantes y también de sol para cargarnos de la energía divina que proviene de nuestra estrella, de viajes a los pueblos pequeños donde chicharras, grillos y ranas alternan protagonismo sonoro. Es la época del amor y la juventud en todo su esplendor, de brindar a cualquier hora por la vida maravillosa que nos merecemos y que construimos paso a paso de la mano de un destello llamado felicidad, esa luz que nos despierta los sentidos y aviva la esperanza de un futuro siempre mejor. Son las fechas en las que nadie ha de perder un segundo en recordar oscuridades pasadas, porque aquí no tienen cabida.