Conseguir sobrevivir a tres años de internamiento en cuatro campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial ya es algo sorprendente y heroico. Sorprendente porque tras la finalización del conflicto se comprobó, utilizando la ciencia estadística, que apenas uno de cada veintiocho reclusos pudo vivir para contarlo. Heroico porque las penurias y trabajos a los que eran sometidos los judíos allí hacinados convertían a esos lugares en un infierno dantesco, pero por desgracia tan real que acabó con la vida de unos seis millones de personas. Pues bien, Viktor Frankl no solo consiguió esquivar a la muerte una y otra vez de manera casi milagrosa, sino que aprovechó esa brutal experiencia para crecer como persona mientras analizaba con una mirada sutil el impacto psicológico que iba dejando el cautiverio en todos ellos. Después, una vez la libertad tantas veces soñada se convirtió en realidad palpable, aún tuvo suficientes fuerzas, valor, inteligencia y deseo de comunicar como para escribir <<uno de los libros más influyentes del siglo XX>>, según la Biblioteca del Congreso de EEUU. No obstante, solo en ese país se han vendido más de nueve millones de ejemplares de su obra <<El hombre en busca de sentido>> (Barcelona, Ed. Herder, 2016). ¿Y qué tiene este volumen de especial que no tengan otras historias de supervivientes al Holocausto? Desde mi punto de vista, hay en la obra dos cosas extraordinarias. La primera sería la voluntad científica del texto. Frankl se esfuerza al máximo para ofrecernos la visión del psiquiatra, del estudioso de la mente humana, relegando la del hombre despojado de todo y miserable, pues esta buscaría más la crudeza en las descripciones y se alimentaría de rencores y venganza. La segunda, y probablemente consecuencia de la anterior, es la ausencia de resentimiento. No hay intención de juzgar. Otros seres humanos han organizado el consciente desatino que él presencia y sufre, pero en su análisis posterior de los hechos, no quiere arrogarse la osadía de juzgarlos.
¿Tiene sentido la vida? ¿Y el sufrimiento? ¿Cuándo termina la esperanza? ¿Qué mecanismos hicieron que unos resistiesen y otros no? Frankl contesta a estos interrogantes de manera lúcida para que su experiencia nos pueda ser útil a nosotros, que no podemos ni imaginarnos un minuto dentro de aquel infierno. Él, que tras su paso por Auschwitz vivió el resto de su vida casi como un resucitado, un ser venido de otro mundo, nos enseñó que existe luz detrás de la oscuridad y que la vida siempre merece la pena ser vivida.